MI PASO POR EL TEJADO DE BEJAR (SALAMANCA)
Hace 30 años (septiembre de 1993) el destino me llevó hasta El Tejado de Béjar en la provincia de Salamanca. Jamás había oído hablar de ese pueblo. Lo busqué en el mapa (entonces no existían las tecnologías de las que disponemos hoy en día) y con mi pequeño equipaje en el maletero, me dirigí a tomar posesión de mi plaza. Estaba nerviosa y expectante. Después de 130 km y casi 2 horas, me encontré con un pequeño pueblo a los pies del cerro que llaman “El Berrueco “en la zona del alto Tormes. No había mucha gente así que, pregunté en el único bar que encontré que, además, era también la tienda del pueblo. Me enviaron a casa del alcalde para que me abriese la escuela. El alcalde, José Luis, resultó ser una persona afectuosa y amable que rápidamente me llevó hasta el edificio donde estaba el colegio. Estaba entusiasmado porque ese curso la escuela abriría de nuevo sus puertas después de haber estado cerrada. En verdad era una gran noticia. Me hizo sentirme bienvenida y afortunada.
La escuela estaba en un edificio antiguo de una planta al que se accedía por unas escaleras de piedra. Cuando entramos en el aula me llevé una agradable sorpresa, estaba todo nuevo, un suelo de tarima, unas enormes ventanas, recién pintado y con muchísima luz natural. Aquella escuela formaba parte de un CRA que tenía su cabecera en Santibáñez de Béjar. Los primeros días fueron difíciles pues tenía que buscar algún sitio para poder vivir por allí. Lo intenté en el mismo pueblo, pero la única casa que me alquilaron no estaba preparada para el invierno. Por fin, alquilé un piso pequeño a 7 km. en El Puente del Congosto. Tardaba unos 10 minutos en llegar hasta la escuela.
Lo más emocionante llegó cuando conocí a los que serían mis alumnos ese curso. Solamente 6 alumnos y todos eran chicos. David y Sergio de infantil 5 años, Luis, Alberto, Rubén Jiménez y Rubén Izquierdo de 1º de primaria.
Yo venía de la escuela unitaria de Santa Teresa- Galisancho en la que había 16 alumnos de 1º hasta 6º de primaria así que, en principio me sentía preparada para afrontar este nuevo reto. Pasados los primeros días, en los que nos fuimos conociendo unos a otros y organizando el aula, empezamos a disfrutar del curso.
En una escuela así se daban unas circunstancias que la hacían especial, la enseñanza totalmente personalizada, pero a la vez, generadora de aprendizaje cooperativo en el que aprendimos unos de otros casi sin darnos cuenta. Dentro del horario yo disponía de mucho tiempo para programar actividades variadas de todas las áreas y el contacto con las familias era diario y enriquecedor para mi trabajo con los alumnos. Los inconvenientes eran la falta de recursos materiales (aunque esto desarrolló mucho mi creatividad y la de mis alumnos) y también de recursos humanos (a mis compañeros de centro solamente los veía en Santibáñez de Béjar cuando me desplazaba cada semana para las reuniones, la formación o para solicitar algún recurso).
Recuerdo mucho el recreo al aire libre, más que un patio parecía un jardín silvestre lleno de rosales, también disponíamos de una pista que estaba delante de la escuela y de unos columpios cercanos.
Éramos dueños del tiempo y no faltaron celebraciones, juegos, canciones, cuentos, poesías, salidas al entorno y hasta preparamos 2 obras de teatro para las familias en navidad y final de curso.
El 30 de mayo de 1994 celebramos un día de convivencia de todo el CRA en una finca que amablemente José Luis, el alcalde, puso a nuestra disposición para pasar la jornada. Como éramos los anfitriones hicimos una preciosa pancarta para recibir al resto de alumnos y profesores. Fue un día muy especial para todos y lo pasamos genial.
Al haber pasado tantos años, los recuerdos se difuminan en mi memoria, pero algo es seguro, aquel curso disfruté de cada día y cada minuto, saboreando cada momento con aquellos 6 niños que se quedaron para siempre en mi corazón. Guardo este curso como una joya única dentro de la caja de tesoros que ha sido mi vida dedicada a ser “maestra de pueblo”. Me hubiese gustado continuar, pero me dieron plaza cerca de mi pueblo y tuve que despedirme. Aunque no pude volver, la nostalgia me ha llevado a menudo a la escuela de El Tejado, un lugar en el que fui feliz como maestra y en el que me sentí querida y valorada. Gracias.
Un abrazo
Adelaida